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Eso no era vivir

Carta de una ciudadana relatando los motivos y circunstancias personales que la llevaron a interrumpir su embarazo Ver capítulo del libro

De Una ciudadana que aborta
A Felipe González

EL TESTIMONIO Y LA LUZ

Estas cosas que escribo son para esas personas que no están de acuerdo con el aborto, pues yo las respeto, pero nosotras merecemos una mínima comprensión, pues creo que antes de hablar, por qué no se preguntan así mismas porque lo hacen. Por qué será. Yo se lo podría contestar, por mucha necesidad. En los años cuarenta, cincuenta o sesenta siempre existieron pobres, que importa el año; si por no tener no teníamos ni siquiera un calendario, yo soy una de tantas. Pues para muchas era un lujo tener un hijo, con eso se dice todo. Yo les contaré mi propia historia: Éramos pobres cuando nos casamos, ganaba él muy poco, vivíamos con mi madre y mis dos hermanas, teníamos que juntar lo poco que se ganaba para poder vivir, pagar la renta, la luz, si no a los tres meses te ponían de patitas en la calle con los muebles que tenías o te cortaban la luz, pues no les importaba que fuera el día que fuera como si era nochebuena, pues era cuando más dolía, aunque siempre dolía; si te ponían en la calle, ¿a dónde íbamos? Así que pagar era lo primero, lo último comer. Comprarse ropa, ni pensarlo; tener más hijos, ni hablar, cómo los mantenías. Así que te pasabas los días siempre sufriendo con un miedo tremendo a quedar embarazada. Todos los mese lo mismo, ¿me bajaría? Cuanto tarda. Cuando por fin te venía tenías una alegría que te duraba muy poco, al otro mes otra vez igual y al otro. Eso no era vivir.

Un día mis hermanas decidieron marchar para otro lugar, pues eran jóvenes, a ver si allí ganaban más. Así que nos quedamos solos mi madre, la niña y nosotros dos. Ahora, menos dinero, había que apretar más el cinturón, todo se nos torcía, pero no paró aquí lo malo. Un día llamaron a mi marido para ir a la mili, así que otra vez a empezar. ¿Qué pasaría si tenía que marchar, qué sería de nosotros? Como la esperanza es lo último que se pierde, a esperar que librase por excedente de cupo. Como estaba casado y además con una hija de dos años, a lo mejor teníamos suerte pero no fue así, le tocó marchar, eso era la ecatombe. Nos dejaba, nos quedamos las tres con el cielo y la tierra; yo ya empecé a buscar trabajo. Encontré dos clínicas para limpiar, una era de un médico, ------; la otra era un dentista, ------, ellos eran cuñados. Me pagaban cinco pesetas al día cada uno al mes era ciento cincuenta pesetas, muy poco, pero menos es nada. Ellas eran hermanas, pero eran tan distintas; la mujer del médico ------ era muy atenta, eran los dos muy atentos conmigo; ellos vivían en un piso y otro piso era la clínica, la que yo tenía que limpiar todos los días y antes de marchar bajaba a la calle a limpiar la placa, eso si que me daba mucha vergüenza. Lo primero que hacía era el despacho como él llegaba pronto y siempre iba para allí, cuando me veía, me daba los buenos días.

A cada poco me decía, ------,  pues me llamaba por mi nombre y decía, estas muy delgada. Un día al llegar me dijo, cuando te marches pasas por el despacho, ese día que me lo dijo me quedé muy preocupada, para qué me querrá yo pensaba, me mandará marchar, que será; al marchar me temblaban tanto las piernas que no podía ni andar; llamé con los nudillos en la puerta, me dijo, pasa, yo pase con un miedo y me dijo toma este reconstituyente, tómalo que te hace mucha falta. Que alivio, me marché dándole las gracias por la alegría que él me dio al no ser lo que yo pensaba, así que a cada poco me decía lo mismo, era muy rico sabía a Sansón. Cada vez que me lo daba me daban unas ganas de decirle, doctor a mi esto no me hace falta, lo que necesito es comer nada más, por eso estoy delgada. Aún es el día de hoy, que cuando lo pienso siempre me digo, tenía que habérselo dicho, a lo mejor me hubiese dado comida. Quién sabe.

El dentista ------ era muy atento conmigo siempre me preguntaba por la niña. Un día llegué a casa de trabajar y siempre estaba mi madre con la niña en la ventana para cuando yo llegara decirme hola con la manina dando saltos en los brazos de mi madre. Pero un día, que raro, qué [le] pasará [a] la niña, estaba llorando. Corrí para ver que pasaba, tenía el morrín todo hinchado pues le dolían los dos dientines que tenía arriba.

La puse el abriguín, la cogí en los brazos y fui para la clínica; me abrió la puerta la enfermera, al verme se quedó parada pues era la primera vez que subía por las escaleras de los señores de la casa y no por las escaleras de las muchachas, como no estaba el portero pude subir, por eso al verme se quedo parada. Me dijo, qué le pasa a la niña y se lo dije, pasa y espera un poco que pasas ahora y así fue, al verme el doctor me preguntó qué te pasa, se lo conté, la miró y dijo que tenía los dientines débiles. Es que cuando tenía dos meses ya tenía los dos dientes de arriba afuera del todo. Le untó las encías y me dio un frasco para que le untara y se le pasó el dolor al otro día cuando llegue me preguntó, era una persona estupenda.

Un día me dijo, trae a la niña mañana, es que voy a vacunar a mis hijas, pues tenían tres, eran muy bueninas, vacuno a la tuya. Era una epidemia contra la viruela, así la vacuno a ella y jugó con las niñas también.

Todo lo que el hizo a mi hija y lo agradable que era conmigo se lo agradecí con toda el alma. En cambio, la mujer era todo lo contrario, me trataba tan mal. Cada cosa que me decía me lo decía con tanto desprecio y rabia, hay dos cosas de tantas que me hizo que nunca las olvidaré. ¡Están dentro de mi! Un día me dijo que para que no fuera la chica le llevara yo los churros para el marido así que me tenía que levantar media hora antes, eso no me importaba en absoluto pero un día llegue a la churrería y estaba haciendo la masa así que tuve que esperar, cuando llegué, ¡Hay madre mía!, cómo se puso, estaba como una fiera; me dijo, cómo tardaste tanto, yo la dije estaban todavía sin hacer; me dijo, que sea la última vez, me oyes, el señorito no tiene que esperar por las muchachas, yo acobardada le dije, señorita ------, yo no tuve la culpa, ya no le pude decir más. Me dijo, cállate, encima de que era un favor que yo le hacía. La otra faena me dolió mucho más pues ya la iba a cobrar algunas tardes facturas, solían ser de cerca, pero un día me dijo, hoy vas a cobrar a ------ pues hay una cuenta hace ya mucho tiempo que no nos pagan, tenía que ir en el autobús, pero como no me dio dinero y yo no tenía me fui y vine andando. Pero se la cobré pues yo llegué contenta pensando a lo mejor me da algo, como no la podía cobrar, ella se puso muy contenta, dijo creía que no la íbamos a poder cobrar y entonces me preguntó qué quieres que te de algo de dinero o qué le ponga los reyes a la niña, ni lo pensé dos veces siquiera, le dije, mejor los reyes; me dijo, bueno, llegué muy contenta para casa. Se lo conté a mi madre nos hacia falta el dinero, pero mi madre me dijo ya tiene reyes. Cuando llegó ese día me fui a limpiar, al entrar en la sala de espera a colocarla me quede parada, cuántos paquetes; Dios cada uno con un nombre, yo empecé a leer todos, ponían el nombre para la señorita de piano, para la de inglés, para la de francés, todos eran señoritas, señoritos; cómo iba a ver nada para la niña; cómo, ni tampoco con mi nombre, no iba a poner. Para la hija de quién; de la muchacha, eso no quedaría muy bien, así que terminé de limpiar, le dije adiós para ver si me decía algo, pero no me dijo nada.

¡Solo hasta mañana, solo eso!

Me marché para casa casi a carreras, llorando le dije a mi madre, no tenía nada estaba todo aquello lleno para todos menos para nosotras; me dijo mi madre, hija miraste bien todo bien, claro que si todo y hasta le fui a decir otra vez adiós para así ver si lo tenía en otro lado para darme una sorpresa pero se quedó como si nada, que cara tiene, por  qué no le cogería yo el dinero porque si se lo hubiera cogido; cuánto me daría, nada dijo mi madre, eso te hubiera dado. Cogí a la niña y fuí a que viera la cabalgata cuando pasaron los reyes la ponía en alto, le decía, mira esos son los reyes, míralos. Se me caían una lágrimas como si fueran garbanzos de grandes por lo menos, pero como ella todavía no entendía, sino vaya pena ese día; qué iba a pasar. Es que yo no tenía nada más, ¡Dos pesetas! Iba por la calle y de pronto lo pensé de repente, deje la niña con mi madre y me fuí a ver algunas tiendas de juguetes. Son pequeños pero son muy baratos, después de mirar tantas para ver que había, por fin vi algo. Era un perrín, era de goma; entré, pregunté cuánto vale y dijo dos pesetas, qué casualidad, pensé lo justo que tengo y se lo compré, algo ya tiene, me decía yo. Me sentía tan feliz y tan contenta.  Al poco rato llegó, era un primo, pues trabajaba en una farmacia, le dije hola. Era un chabalín todavía, no lo creía, se acordó de que era el día de los reyes, le trajo un chupete muy original, tenía por la parte de detrás la cabecina de un muñeco, como le gustó, lo cogió y lo metió en la boca, le daba unas chupadas, con los ojos de cordero y ahora, en lo único que pienso es que ya me queda poco de estar en esa casa, solo iba a ir hasta que él venga de la mili, eso fue lo acordado, no me podía imaginar que me iba a estar más tiempo. Cuando faltaba un mes se lo dije. Ella se callaba y no me decía nada. Se lo volví a decir, ya solo quedan dos días, entonces ella muy cariñosa me sorprendió, nunca la había visto así; eso me parecía tan raro. Con cara de buena me dijo, por favor quédate un mes más por favor; solo un mes a ver si viene una chica, bueno le dije, pero si llega antes pues yo me marcho. Así se iban pasando los días y ella sin decirme nada, yo me decía. Cuando se lo volví a recordar le dije, ya no puedo quedarme por más tiempo me tengo que ir, otra vez lo mismo, pidiéndomelo por favor, me daba pena de ella y otra vez me quedé, en mi casa no callaban, ya está bien con lo mal que se portó contigo te da pena, esa lo que tiene es una cara de cemento, no busca a nadie, como eres tonta y sigues; yo les decía, solo este mes para que voy a quedar a mal con ella por unos días más que me quedan, pero cuando me llegó el día como se lo decía, le dije muy nerviosa, señorita ------ pasado mañana ya lo dejo, como se puso, ¡Dios mió!, yo no podía hablar así, que pasaron otros días más y no decía nada, de pronto le dije, ya no vuelvo, me paga. Qué susto nunca la había visto así, como ese día era igual que una loba, se puso a mi lado y me dijo, ¡No, lo oyes!, no te pienso pagar y vete de una vez, ¡vete! Yo la dije, es mi dinero yo lo trabajo, es mío; fuera te digo y no pienso pagarte, márchate de una vez, igual que si yo fuera la culpable. Salí de la sala avergonzada y con la cabeza baja, me fuí hacía mi casa pensando que me dirán ahora; lo que yo pensaba eso, eso me dijeron. Eres tonta, encima de hacerle todo no te paga; yo les dije, bueno eso que me importa lo mejor para mi es que ya no vuelvo más y el dinero que la aproveche. Me hago a la idea que este mes no fui y ya está, de hambre no nos vamos a morir, menos que comimos no vamos a comer. Ya me contaran como lo pasamos.

Así se nos fue pasando el tiempo hasta que por fin le licenciaron, volvió al trabajo; ya era un respiro muy pequeño, pero estaba en casa. Así irían pasando los días; nos duró poco la tranquilidad, ahora a pensar otra vez, pues llegó el mes y no me bajaba, qué hacía, no podía decirlo en casa, sería un auténtico drama. ¿Qué podía hacer, Dios? Pues llegó el momento de enterarme, quién lo haría y además que cobrase poco. ¿A quién se lo preguntaba? Como lo pasé de mal..., que días..., que noches... Pidiéndoselo a Dios: Haz que me baje, no ves que no puedo tenerlo, hazme este milagro Dios. Ya no podía con las rodillas de tanto estar suplicándoselo y el sin escucharme siquiera. Me encontraba tan sola, qué mal lo estaba pasando, hasta que me dijo una amiga de una mujer en las afueras que lo hacía y fuí sola a su casa; cuando vi aquella cocina, qué miedo me dio, pero cobraba poco y no tenía a donde ir, así que me decidí a hacerlo. Me mandó que fuera al día siguiente. Al otro día, sin decir nada, me marché. No podía decírselo, pues así, si me pasaba algo, ellos eran inocentes, así no les podrían hacer nada, ellos no lo sabían. Era lo mejor para todos, bastantes preocupaciones temíamos ya para darles yo una más. La niña quedó con mi madre, les dije que venía pronto para ir a tomar el sol.

¡Qué triste me marchaba yo por aquellas calles! Despacio, como si fuera al matadero. Con la cabeza baja, pensando, cuándo estaré de vuelta. Otro pensamiento me venía, me moriré, no los volveré a ver, qué será de ellos si yo me muero. Qué pronto llegué, temblando todo el cuerpo. qué miedo tenía. Me puse a llamar pidiendo que no estuviese, de pronto la puerta se abrió y allí estaba ella con un mandil puesto. No sé que pensé. Me mandó pasar a aquella cocina con la mesa de madera tan grande, había un olor que se ponía uno malo, ya que cocía comida para los cerdos. De pronto me dijo, separa las piernas bien, como una marioneta.

Las separé, yo la miraba para ver lo que hacía. Cogió una aguja de hacer punto; no sabía si levantarme y echar a correr o quedarme; la miraba tan asustada. Cogió la aguja, la metió por una tira como si fuerza un cordón de goma, después supe que era una sonda; me la introdujo hasta dentro, yo decía, cuándo acabará, por fin dijo, ¡Ya está! Qué descanso, qué contenta me puse. Ya posó todo Dios; luego me dijo, vas para casa con ella puesta, cuando sangres quítala; cuando puedas me la traes, la puedo necesitar. Me levanté deprisa, estaba deseando salir de aquella casa, sin pensar nada más que llegar pronto para coger a la niña y sacarla, parecía que no llegaba nunca. Yo me decía: ya estoy en esta calle otra vez, ya pasó todo, pero no era sí. No se me pasó tan siquiera por la mente que me tenía que pasar algo más, lo peor. Llegué cogí a la niña y marché con ella a la plazoleta en frente de casa, pues iban las vecinas a tomar el sol y los niños a jugar. A pesar de lo que había hecho estaba contenta, ya había pasado todo. Eso creía yo, pero no era así. Poco tiempo me duró. De pronto sentí algo que se caía de mis entrañas, me asuste, pero yo misma decía no es nada, es lo que esa mujer me dijo, pues necesitaba pensar que era eso solo, nada más. Es que ya empezaba a bajar, pero de pronto, otra vez, esta vez más fuerte; me asusté tanto que cogí a la niña y fuimos para casa, ya se lo tenía que decir a mi madre, ella muy asustada me decía, qué hacemos ahora hija y se fue a llamar por teléfono a mi marido al trabajo. Él como no sabía nada, al verme se quedó parado, se marcharon él y el padrino de la niña en busca del médico que nos pertenecía y no estaba, no le encontraban por ninguna parte. Eran las cinco de la tarde, dieron con él a las once de la noche. Daba tiempo a morirse uno. Las vecinas al enterarse me atendieron en lo que pudieron, pensaban que era una hemorragia; entonces me pusieron las piernas en alto, con la almohada debajo y paños de vinagre en la frente, sin parar yo pensaba, ¡qué mala estoy!, y miraba a la niña que me miraba desde un rincón de la habitación muy asustadina sin decir nada, sin saber que le pasaba a su madre, con tanta gente en casa, que carina, cuando lo pienso me da un respingo por todo el cuerpo; yo le decía, nena no me pasa nada, hija ya veras. Mientras que por dentro decía, ¡Dios, qué no me muera! Qué va a ser de ellos, haz que lodo pase. Al poco tiempo llegaron ellos con el médico, al verme dijo, no hay tiempo que perder, llamen a un taxi, tiene que ingresar. Me cogieron en volandas, me sentaron en el taxi. El sanatorio estaba cerca de casa, me tuvieron que meter sentada en una silla hasta el ascensor, luego, en la silla hasta el quirófano ya no podía siquiera ponerme de pie. Nunca vi la muerta tan cerca. Me metieron en el quirófano, en aquel momento vi al doctor muy apurado, llamó por teléfono para que trajesen la sangre, pronto, dijo, pues era cuando muchos pobres la vendían para poder vivir. De pronto les dijo el doctor, ¡Qué me traen aquí, me traen una muerta, no la ven lo mal que está. Ya no tiene sangre, no se la puede anestesiar, no volverá en sí. Hay que hacer el raspado en vivo, salgan al pasillo! Todo esto yo lo estaba oyendo sin decir nada así que empezaron. Dios, no lo podía aguantar, era de miedo los dolores, era peor que un parto, daba unos gritos. Ellos que estaban en el pasillo se tenían que tapar los oídos para no oírme, cómo serían. El docto me decía, un poco más, ya falta poco, por fin terminaron. Me subieron para la habitación, ya iba el analista con la sangre, me puso un frasco en cada brazo. Al poco tiempo dijo la monja, ya estas cogiendo calor. Más tarde llegó el doctor, me miró y dijo: ya puedes estar contenta, naciste hoy. La monja me preguntó si me apetecía un vaso de café, yo le contesté muy contenta, ¡Claro que sí! Ay como me prestó, por todo, dije por lo bajo, nena ya no me muero, gracias Dios mío. Al otro día por la mañana nos despertó un ruido de voces por el pasillo, que pasará decíamos. Entonces llegó una enfermera y nos contó lo que pasaba. Nos dijo que estaba la policía, ¡Qué susto más grande!, lo primero que pensé era que se habían dado cuenta de lo que había hecho, Dios, que nos pasará ahora, pero no era por mi, había ingresado una señora mal, con su marido y la policía no le dejaba marchar, pues al hacerle el raspado le encontraron perejil. Se lo había hecho ella sola y tenía una infección pero a él lo querían detener, fue entonces cuando me di cuenta de cuantas personas pobres, cuantas incluso más pobres que yo no tenían siquiera cincuenta pesetas para que se lo hiciesen. A cuántas mujeres les pasaría lo mismo y cuantas por desgracia murieron en el intento dejando solos en el mundo una familia sola desgraciada para siempre, a cuántas. Ahora os digo a las que pensáis tan mal de las que tienen que abortar, que penséis un poco en las que lo tienen que hacer, por qué lo hacen y cuánto se pasa, pues yo os digo que no es como ir de romería, es dejar un poco que nos pertenecía, que no podíamos quedárnoslo. No podíamos. Si algún día cae en sus manos esta historia verdadera, acaso piensen: ¿Por qué se casaron siendo tan jóvenes y pobres?, yo les podrías decir lo siguiente, solamente por amor, solo eso. Amamos como todo el mundo, somos humanos como todos y tenemos corazón. No importa la edad ni la pobreza, el amor es libre y cuando hay amor, nunca se piensa lo que puede pasar, pero pasa. Por suerte o desgracia la vida es así, nada más y nadie se puede asustar, siempre pasó y pasará, y no crean que me quiero justificar, eso no. Solo digo lo que pienso, nada más. Qué hagamos bien o mal, solo Dios nos tiene que juzgar, pero el hombre..., el hombre...Nunca jamás.

No juzguéis y no seréis juzgados.

Palabra de Dios

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