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Reflexiones de un ciudadano a su vuelta del exilio sobre la democracia en España

De Un exiliado
A Felipe González

14-12-1976

España:

Acabo de regresar a ti y quiero que lo sepas. Quiero que sepas que he vuelto para empezar a ser español. De hecho, he vuelto para integrarme en ese futuro que prometen en esos carteles y en esas pintadas de la calle. Quiero construir mi futuro ayudando a construir el tuyo.

Vuelvo, España, sin odios y sin resentimientos. Te he perdonado todo España. La única cosa que no puedo dejar de reprocharte es esa arrogante insensibilidad frente al drama de la emigración y de los emigrantes. Me parece demasiado grave esa frialdad tuya ante las familias rotas, las pensiones malolientes, los barcos vomitados, la caridad de los extraños, los gritos de adiós, los inquietantes consulados.

Vuelvo trayendo en una única maleta quince años de dolor y de desesperanza. Dolor y desesperanza en forma de ayer diluido. Ayer puse punto final al pasado. En las diez horas de vuelo he bloqueado en mi mente la película triste, en blanco y negro, de mi desesperado vivir americano. En una sola noche volando he conseguido atravesar el inmenso mar que separa el pasado del futuro, la decepción de la esperanza. En el negro brillante de esa noche sin estrellas arrojé al firmamento todo mi caudal de imágenes amarillentas, de voces de agonía, de sentires tenebrosos. Ahora, al pisar otra vez esta tierra, estoy vacío de pasado. Es como una muralla que me impide recordar los nombres, las amarguras, la vida no vivida de ayer mismo. No tengo nada dentro, ni bueno ni malo. Ya no soy desgraciado, pero tampoco soy feliz. Soy una nada inmensa, pura y limpia que está dispuesta a llenarse de futuro.

El referéndum del futuro es mañana. Mañana, día quince, el pueblo al que deseo pertenecer le dirá sí a la democracia. A partir de mañana, tú, España, dejarás de ser la Historia y la Tradición quo se heredan. Serás, a partir de mañana, el resultado de la participación ilusionada de este pueblo que necesita, para no seguir muerto, construir su propio futuro con sus propias manos y con su derecho a equivocarse.

Pasado mañana, día dieciséis, será el primer día hábil del futuro. Pasado mañana, España, mira tú que casualidad, es mi cumpleaños. Cumplo cuarenta y uno. Te pido, por favor, que no lleves en cuenta ese detalle a la hora de dejarme soñar. Mis canas significan muy poco, quieren decir, tan solo, que hubo un pasado, pero ya sabes que no arrastro ese pasado. Ya te he dicho que lo tiré al firmamento desde un DC-10. No me impidas que sueñe. Soñar sí puedo, todavía, porque todavía sigo siendo un niño, soy un niño que se puso viejo por fuera, pero que por dentro no ha crecido, ni emocional ni afectivamente.

Gracias, ------

Bastan unas horas, nada más que algunas horas para descubrir el mayor error de mi vida. Fueron quince años, una eternidad, los dedicados a combatir a la España que me hizo huir, emigrar y ahora resulta que esa España ya no existe.

Durante quince años mi mente luchó para matar la escena imborrable del adiós, sin conseguirlo. Durante todo ese tiempo, esa escena, siempre igual, se repitió como una pesadilla, incesantemente, en mi memoria. El barco separándose del muelle, nadie despidiéndose de mi, Las Palmas de Gran Canaria hundiéndose en la lejanía… Millones y millones de veces esa escena se reprodujo en mi cabeza como un carrete sin fin de una historia rota y no empalmada.

Esperé quince años para hacer el empalme, para darle sentido y secuencia a la vida interrumpida. Y ahora resulta que el empalme es imposible.

Ni el material, ni el color, ni la bitola del pasado combinan con los del presente. Es otro el muelle, son otras las gentes, es otra la ciudad. El ayer que yo retuve en mi memoria ya no existe. El presente que encuentro no me pertenece. El mundo roto, interrumpido, de mi cabeza es falso. Lo que se rompió fue mi alma. Pero el mundo siguió andando y ahora resulta que esta España no es la España que se me perdió en la inmensa noche de mi soledad.

Esta España es menos pasional y dramática que la mía. Esta es una España con menos odios y con más corrupción. Han desaparecido mis fantasmas, los nuevos fantasmas pasan indiferentes por mi lado sin reconocerme, sin percibir mi espanto y mi desolación. Los niños crecieron y engordaron sin esperar por mi regreso. Se murieron mis amigos sin mi adiós. La dictadura se ha desintegrado de espaldas a mi voluntad sin necesidad de mi empujón.

Qué error. He pasado quince años inmóvil en una misma esquina sin darme cuenta de que el mundo crecía y se transformaba. He hecho un viaje infinito a un mundo irreal de sueños y utopías, mientras aquí, en esta España real, la arquitectura, el vicio, el amor, la muerte, el pensamiento, la sangre, la esperanza, los dolores de vientre, todo, seguía su camino sin cruzarse con el mío.

Soy un intruso que ha venido de un planeta distante a perturbar la vida cotidiana de las personas sensatas que sudan, comen, duermen, eructan y ganan dinero. Soy un iluso que llegó a creer que el mundo sería menos mundo sin mi granito de arena. Soy un astronauta que perdió el rumbo y fue a caer en un futuro ancho, oscuro y profundo.

No sé dónde estoy ni por qué estoy.

Por primera vez veo a un tal Suárez, parece ser que presidente del Gobierno, en la televisión. Dice que puede prometer y promete, promete democracia. Bastará votar sí y habrá democracia. La democracia, según Suárez depende de ese sí, nada más que de ese sí. Al parecer es una simple cuestión de votar, no de vivir.

Mi cuñada no sabe lo que es democracia, pero va a votar sí. Votará sí porque lo ha pedido Suárez, Suárez es el hombre de confianza del Rey y es evidente que el Rey quiere que se vote sí. Nadie lo ha dicho, pero mi cuñada lo presiente. Presiente lo que quiere el Rey, pero no sabe lo que quiere ella misma.

Al día siguiente, España entera va a votar y vota sí. Vota a favor de la promesa de Suárez, vota a un hombre. España dice sí a la imagen fotogénica de la televisión, pero vota y dice sí sin sentimiento. Es como cuando se iba a misa por obligación pero sin fe, es como cuando uno se casa, por cansancio, después de muerto el amor.

Me acordé de la tragedia de Che Guevara. El Che creía que el hambre, la tiranía y la falta de esperanzas eran los grandes detonantes de la libertad. Cuando descubrió en las montañas de Bolivia que la más espantosa de las miserias puede permanecer impasible ante la generosa llamada de la libertad, debió sentirse caer en un peludo abismo existencial.

Yo, dese mi desvío de la realidad, llegué a creer que el acceso del pueblo español a la libertad sería un acontecimiento trascendente lleno de emoción y de entusiasmo. Pero estaba tan equivocado como Che Guevara. España dijo sí a la democracia sin alegría, sin música, sin vino, sin poesía, sin sangre y sin lágrimas. Este pueblo recibe a la democracia burocráticamente, administrativamente sin sentir su futuro. Y yo me pregunto: ¿es posible tanta insensibilidad? ¿o este pueblo no sabe, como mi cuñada, lo que es democracia? ¿o no es de libertad de lo que estamos hablando?

La sospecha de que es otra cosa lo que está en juego me hace sentir una mezcla de miedo y decepción.

Dos dudas me atormentan:

¿Por qué la libertad costó tanta sangre, siempre y en todas partes, menos aquí y ahora?

¿Por qué extraña razón los poderosos de toda la vida un buen día deciden hablarle al pueblo de democracia si es evidente que el poder singue estando donde siempre estuvo?

Y ese pueblo, orgulloso de su sí, se lanzó de repente a predicar la democracia por el mundo sin pararse a pensar que nunca jamás había sido demócrata antes, sin antes asimilar y digerir su fresca democracia, sin hacer su propio sueño, sin haber repicado las campanas, sin haber soltado los cohetes de su libertad.

Esta España de los odios viejos y de la historia de sangre se autoproclama árbitro de las libertades conquistadas por el mundo con torrentes de dolor. Los viejos embajadores de la dictadura son ahora los traductores de un lenguaje improvisado que suena a hueco, a falso.

No es una España distinta la que ahora margina a los dictadores, es la misma España. Son las mismas gentes cansadas de adular a los dictadores las que ahora cantan los derechos humanos en la ONU.

Los enemigos profundos de toda la vida son ahora los amigos más próximos. Y el mundo que lucha, que mata y que muere por la libertad, no es capaz de preguntarse la razón, el secreto, el milagro que permite hacer con el boletín oficial, aquí en España, lo que siempre y en todas partes se ha hecho con pólvora.

En el delirio de enseñarle al mundo lo que es la libertad construida a golpes de decreto hasta nuestra clase obrera, ha ascendido a las más altas poltronas internacionales para demostrar el increíble error cometido desde siempre por la humanidad con su larga historia de luchas laborales. Al parecer, ese mar de luchas fue históricamente innecesario. El mundo gastó siglos y millones de vidas en la conquista torpe de los derechos del trabajador, sin darse cuenta de que España guardaba celosamente el gran secreto que podía haber ahorrado tanto desperdicio. Ese secreto es el simple referéndum donde todos dicen sí a la televisión. Con un simple sí España consiguió más en un dia que el resto de la humanidad en cientos de años. Gracias a nuestra democracia pocas clases obreras disfrutan en el mundo de tantos beneficios y de tanta libertad. No importa que tengamos millones de parados. Lo que importa, parece, es que incluso esos parados tienen más libertad que los parados del resto del mundo.

Creo haber descubierto el truco, se trata de convencer al pueblo de que la democracia es votar. Se deja que se vote todo en todos lados, pero se evita sutilmente que los votos se conviertan en participación. Y como resulta que la democracia sólo es democracia si es participación, lo que no hay precisamente es democracia.

El pueblo cree estar votando a la izquierda, al centro, a la derecha. Pero esa creencia no se refleja en una política de izquierda, otra de centro y otra de derecha. Los votos del pueblo pasan por una batedera que los convierte en consenso. Consenso es dictadura, consenso es retener el poder permanentemente en las mismas manos, mediante la satisfacción sistemática de las vanidades subalternas de los opositores teóricos. El mejor consensuador que España ha podido conocer creo recordar que se llamaba algo así como Francisco Franco Bahamonde.

Para que el consenso pueda ser perfecto, el poder legislativo funciona sobre una serie de pequeñas dictaduras que se llaman grupos parlamentarios. El representante que uno elige con su voto no es el que participa en el parlamento. La participación es un monopolio de los vicedictadores que subordinan y silencian a quienes recibieron, tanto como ellos, los votos. Son los jefes de esos grupos silenciosos los que tienen la palabra.

Es un juego ingenioso esta maquina de votar que nos han regalado, además de increíblemente divertida es totalmente inofensiva. Es como Disneylandia. Las fieras son igualitas a las verdaderas, pero no muerden, son de plástico.

España se ha convertido en una gigantesca guardaría infantil donde a todos nos es permitido jugar a la democracia. Podemos jugar con urnas, con pancartas, con pintadas y, en algunos casos, hasta con escopetas de cañón recortado. Solo no juega porque no tiene tiempo, porque el que tiene lo necesita para mandar, solo no juega, digo, el grupito encargado de la guardería.

Yo me pregunto qué pasará cuando la gente se de cuenta de que tenemos una democracia de mentiritas. O si usted quiere, una democracia de cabeza para abajo.

O a lo mejor todo esto sigue funcionando al revés, vaya usted a saber. A lo mejor y sin que nadie se de cuenta, los partidos políticos siguen afirmando que van a proponer un nuevo modelo de sociedad cuando yo creía que eran los diferentes modelos de sociedad los que proponían sus respectivos partidos. A lo mejor los modelos de sociedad siguen no reflejando realidades económicas y culturales concretas. A lo mejor la cultura y la economía siguen siendo cosas de minorías. A lo mejor el pueblo español sigue siendo una ficción, una especulación, una estadística. ¿Si siempre pudo ser así, por qué de ahora en adelante todo habría de cambiar?

Hay que ver como son las cosas de la vida. Ha tenido que ser un conde liberal el que viniera a enseñarme a mí, ser terrenal, la piedrecita en el camino que impide que este país con democracia o sin ella, funcione.

Nunca, en ningún tiempo ni lugar, hubo tanta posibilidad de gloria al alcance de los poderosos como hay ahora, aquí, en esta España sin norte. Y los poderosos en vez de agarrarse a la gloria prefieren inexplicablemente liquidarse corriendo detrás de un poquito más de poder.

Cualquier poderoso sabe la gloria que podría recibir si se dedicara a remediar el atraso cultural, científico y tecnológico de este país. Pero no se dedica. Prefiere dedicarse a sacar adelante el bingo de su amigo porque ese bingo puede no dar gloria pero sí votos seguros en la próxima elección.

Cualquier poderoso sabe que el segundo de los grandes males de España son los desniveles sociales y regionales. Pero no puede dedicarse a la gloria de corregirlos. Todo el tiempo de que dispone lo necesita para arrebatarle el poder a su jefe de fila.

Hay un pedestal vacío a la espera de alguien que quiera explicar el profundo complejo de inferioridad que nos lleva a entrar en Europa por la puerta que sea. Pero explicar eso sería perder algunos centímetros de poder.

Está vacante la gloria del Colón moderno que quiera descubrir el nudo de unión de la Comunidad Iberoamericana. Pero algo tan enorme no vale la pena. Habría que dejar de atender a demasiados fotógrafos.

La juventud española clama por un alma grande que la escuche. Este pueblo necesita una cabeza donde depositar su proyecto de futuro. Y a todos estos desafios de gloria se responde con mezquindades de poder. La derecha quiere poder proponiendo pasado a quienes necesitamos un mañana de esperanzas. La izquierda quiere poder prometiendo el ayer de un tal Marx, que ni siquiera era español, a los españoles de ahora mismo. El centro quiere más poder haciendo creer que no hubo un ayer, que el azul nunca fue color y que el mañana tardará.

La verdad es tan inmensa, tan deslumbrante y tan amenazante que asustó al poder y a los poderosos. Nada funciona porque el poder, aterrado, está escondido en las falsedades transitorias de su pequeñez.

Durante la dictadura siempre tuve serios problemas de conciencia porque nunca supe como ser un buen español sin ser un buen canario. ¿Cómo amar a España en abstracto sin amar a mis islas en concreto? ¿Cómo entender a la península sin entender a mi pueblo? ¿Cómo asimilar la historia de los otros sin conocer la mía? ¿Cómo ser pirenaico antes que atlántico? ¿Cómo cantar jotas, sardanas, fandangos siendo de Lanzarote? ¿Cómo ser sociedad sin ser persona? ¿Cómo dar sin darme?

Esa angustia, la gran angustia de mi vida, ha sido agravada por esa democracia que ahí está. Por decreto se me ha brindado la posibilidad de ser canario sin dejar, claro, de ser español. Pero ahora para ser español resulta que yo tengo que ser también por decreto, vasco, catalán, gallego, andaluz, valenciano, castellano-leonés, castellano-manchego, extremeño, murciano, aragonés... De no ser algo de todo eso no podré ser español porque ser español sin todo eso es ser un poco de eso, pero no español.

Confieso que estoy metido en una gran confusión. Yo, el más autonomista de todos los autonomistas españoles ahora no se como ser multiautonomista para poder ser el buen español que siempre quise ser. No sé como amar en cuatro, en casi cinco lenguas a la vez. No sé como repartir mi corazón equitativamente. Alguien tendrá que enseñarme.

Me han dicho que no hay ningún decreto que resuelva el problema. He leído detenidamente la constitución y me ha sorprendido que en ella no se haya previsto por ejemplo, la composición sentimental autonomista de alguien que, como yo, siendo y queriendo ser canario, tenga que ser español compartiendo, digamos, la bandera y el suelo de Asturias. O al revés, si usted quiere.

Deben disculparme los que no estén de acuerdo con la mezcla que he hecho de leyes y de sentires. También yo creía que los sentimientos no eran materia legislable. Pero nuestra democracia me ha demostrado lo contrario. Las autonomías no se conquistan, se regalan como las corbatas, en sobres timbrados con total independencia de que el agraciado use o no use corbata. Yo creía, repito, que la identidad como la libertad, ni se doblan, ni se podían dar porque creía, de verdad, que solo las necesitan y merecen quienes sean capaces de exigirlas con sentimiento y emoción

Pero lo peor no es eso. Lo peor es que también vamos a ser europeos por decreto o por tratado, en este caso. Las negociaciones ya empezaron. Negociaciones, sí. Nuestra integración europea, el que los españoles seamos o no seamos europeos, es, por lo visto, perfectamente negociable. Y yo, pobre de mí, había pensado hasta ahora que seríamos europeos automáticamente, naturalmente, cuando la RENFE dejase de mandar vagones de vendimiadores a Francia.

He vuelto a pecar y necesito el perdón. He vuelto a ser tentado y necesito una penitencia.

Cuando menos lo espero, de vez en cuando, me inunda el alma un canto americano, primitivo, feroz, apasionado e irresistible.

¿Qué hay dentro de mí que sea americano? ¿Qué tiene América que me arrebata de tal modo?

España me está aburriendo soberanamente. No soporto más esta educada transición. Esta democracia tan perfecta me irrita. Me enloquece que todo se herede, que todo se decrete, que todo llegue lujosamente empaquetado, que unos pocos piensen por mí y para mí.

No aguanto más que todo este caos y toda esta desilusión sea obra exclusiva de unos semidioses escondidos en caros restaurantes y en palacios con alambradas. Entre el hombre del tiempo y Abril Martorell me han saturado de tedio.

¿Por qué siento a veces la llamada de América? Debe ser, creo, porque en América cada uno derruba a su Somoza. Aquí, en España, yo ni siquiera sé quien es mi Somoza. En América, en la América mía, la norma es la imperfección. Y por consiguiente, las posibilidades de participación, de aportación, de realización personal son infinitas. Aquí las personas tienen verguenza de confesar que los seres humanos son imperfectos. Todos quieren hacer creer que la democracia es el régimen de la perfección y resulta que yo he sido siempre demócrata precisamente porque pensaba lo contrario. Yo he sido demócrata porque creía que solo en la democracia podía ejercer con libertad mi derecho a equivocarme, como en América. En América, lo único que se hereda es el desafio del futuro. No hay ayer. Nada se recibe empaquetado. Todo hay que hacerlo. Todo lleva implícito el riesgo de la equivocación. Vivir es hacer su propia casa, su calle, su pueblo. Vivir es rehacer las ciudades, conquistar el campo, llegar al horizonte. Vivir es sentir en el rostro el polvo de la patria, el sol quemante, la lluvia torrencial del cielo propio. Vivir es llegar a la escuela en un caballo inquieto, es elegirse presidente con las botas puestas, vomitando amor y coraje en las plazas públicas, es dejar la piel y el sudor venciendo la injusticia, es recibir el tiro que convierte los hombres descalzos en héroes. Vivir, ser libre, es sembrar por todas partes la huella de la participación. La democracia es la sepultura de la libertad, si la libertad no se ejerce democráticamente. Ejercer la libertad es derrochar todo el bien, toda la alegría, todo el amor y toda la esperanza que podamos llevar dentro.

Yo tengo dentro de mí, estallando, quemándome, un volcán de sueños y de amores. Y esos sueños y esos amores se van a marchitar en esta democracia de señoritos sin corbata y en este país triste y lleno de sombras.

No quiero irme. No debo irme. No puedo irme otra vez. Pero no sé cómo quedarme. La única forma de quedarme tal vez sea engañarme con mis visiones americanas. Con aquellos horizontes infinitos. Con aquellos soles enormes que uno sabe, seguro, que mañana vuelven a nacer, todavía más grandes.

Ahora sí que hay dos Españas. Hay la España que se esteriliza votando. Y hay la España que se hunde no votando. Casi medio a medio. La España de la esperanza no la veo por ninguna parte. Para muchos, la esperanza parece que fué ayer. El futuro acaba hoy.

¿Quién prohibió el sueño? ¿Dónde está la meta, el hombre, la razón de estar y de ser? Ser español no puede ser sólo votar. Ser español no puede ser sólo tener el carnet de identidad. Ser español no puede ser sólo comer, ciscar y dormir.

La media España que vota disimula su esterilización produciendo un torrente de discursos, frases, decretos, discursos, leyes, más leyes, frases, palabras, decretos, papel, montañas de papel, códigos, normas, discursos, principios, reglamentos, palabras, frases, discursos, palabras, palabras, palabras. Dichas, escritas, grabadas, esculpidas, fundidas, talladas, impresas, filmadas. Palabras sin sentido. Palabras ridículas. Palabras sonoras. Palabras dramáticas. Palabras huecas. Palabras puñales. Palabras esponja. Palabras.

La media España que no vota disimula su hundimiento con un silencio ensordecedor. Silencio de miedo. Silencio de indiferencia. Silencio de burla. Silencio de incredulidad. Silencio de desilusión, de incomprensión, de cansancio, de nostalgia, de miopía, de decepción. Decepción. Decepción, desértica y sorda.

Ni las palabras vacías, ni los silencios elocuentes, apuntan al mañana. No hay mañana. Todo acaba hoy, en esta España sin fondo que todo se lo traga.

Estamos rompiendo el mañana a tiros. El mañana parece ser dirección prohibida. Hemos entrado en un atajo que no es presente, que no lleva al futuro y que impide volver al pasado. Todo es ahora, ahora es nada. A la nada la liquidamos matando, incendiando, asaltando, empobreciendo, estuprando, robando, corrompiendo.

La vieja España de la vida y de la luz es de repente un cuerpo que se rompe sin dolor, en un largo atardecer de silencios. Han pasado tres años eternos. Nos acercamos a un año ochenta de un siglo intemporal. Cuando debíamos haber llegado al futuro descubrimos que no hemos descubierto nada. La nada parece ser nuestro castigo. Yo siento, yo presiento el castigo. Pero no sé decir qué es ese castigo, ni a quién castiga, ni por qué castiga.

Desde donde miro, el vacío que veo es mucho mayor que el que haya podido cavar esta democracia sin ideales y sin participación. En ese vacío no alcanzo a ver la esperanza. A lo mejor no hay esperanza, a lo mejor no debe haber esperanza, a lo mejor no puede haber esperanza para un pueblo que no ha visto que el mañana está en sus manos, que ha buscado su corazón en el corazón de otros pueblos.

Tal vez sea eso, tal vez no pueda haber esperanza para quien quema su verde, para quien dinamita sus cafeterías, para quien ha hecho cosas como Benidorm, para quien se suicida los fines de semana corriendo a doscientos por hora, rompiéndose contra el mundo en la contramano.

¡Ah, España! Archivaste la esperanza para ser contra todo y a favor de nada. Con tus pasodobles ya no me transmites el escalofrío de la fe. En mi alma vuelven a resonar los charangos, los bandoneones, las cuidas y los borimbaos. ¡Ah, España, España!