Escribir para construir, por Antoni Gutiérrez-Rubí Siguiente carta Anterior carta

Las cartas políticas no tienen ya, lamentablemente, líderes políticos que las escriban.

Las cartas políticas no tienen ya, lamentablemente, líderes políticos que las escriban. El género epistolar ha sucumbido a la instantaneidad y la fugacidad de la palabra en el ecosistema digital. Lo efímero devora lo fundamental. La aceleración de los procesos políticos, así como la alteración desordenada de la desintermediación, ha reducido la correspondencia política a un ejercicio entre anacrónico, melancólico o puramente instrumental para ser conveniente filtrado y digerido por la líquida realidad digital.

Las cartas no se esperan, ya no se escriben y parece que, tampoco, sirven. La realidad es, sin embargo, que las cartas menguantes no son consecuencia del impacto tecnológico en nuestras vidas, también en la política, sino el reflejo del continuado deterioro de la palabra (pronunciada, escrita o leída) en la vida pública. Este es el punto central: la devaluación de la palabra.

Recuerdo una cita de Felipe González: «Si no leo, no gobierno». Me impresionó profundamente. Poco tiempo después, casualmente, descubrí otra cita que complementa la anterior de manera muy sugerente y perspicaz: «Cuando el poder no lee, el poder no piensa», de Tomás Eloy Martínez. La lectura de la correspondencia de Felipe González confirma, con claridad, que solo puede escribir bien quien es buen lector. Nos encontramos ante un fondo de archivo documental muy rico, más allá de su altísimo interés histórico, que nos permite recuperar el sentido de la palabra —y no la imagen— en el epicentro de la acción política. González cree que las palabras cambian el mundo y que con ellas podemos gobernarlo.

Umberto Eco decía que «El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se puede hacer nada mejor. El libro ha superado la prueba del tiempo… Quizás evolucionen sus componentes, quizás sus páginas dejarán de ser de papel, pero seguirá siendo lo que es». Lo mismo sucede con las cartas. Son insustituibles para la acción política democrática de calidad.

Estos serían algunos de sus atributos y de las ventajas que la correspondencia política puede aportar, todavía, a la calidad de la acción política de nuestros líderes y representantes.

1. El pensamiento lento. Escribir cartas políticas obliga a tomarse un tiempo de maduración, ejecución y reflexión. Escribir cartas garantiza (para quien las escribe) la lentitud imprescindible para la profundidad, el autocontrol y el equilibro. La renuncia a la instantaneidad aporta pausa y sentido, moderación y precisión, claridad y —también— calculada ambigüedad, tan útil en el juego de interpretaciones de la política.

2. Control del tiempo. La correspondencia gestiona el tiempo de la política (a veces es la mejor manera de garantizar la incipiente llama de un acuerdo o un pacto) porque permite la gestión de los retornos de manera discrecional, pactada o como parte de un proceso. Las cartas se toman su tiempo para ser escritas, enviadas, recibidas, leídas y respondidas. Este tiempo es, muchas veces, imprescindible para que la maduración y decantación de la política encuentre su equilibro y su tempo.

3. La privacidad genera confianza. Las cartas políticas (no me refiero a las cartas abiertas o a las que se escriben como excusa para ser filtradas sin margen para sus destinatarios) pueden abrir espacios de construcción recíproca de confianzas personales. Además, la correspondencia es inviolable (como así queda recogido en el artículo 18 de nuestra Constitución Española) y su formato predispone a la confiabilidad que nace de la intimidad lectora y escritora.

4. Escribir, corregir, reescribir. Las cartas permiten el laborioso pero imprescindible ejercicio de la corrección, del matiz, de la aclaración. No me refiero a la corrección ortográfica o gramatical, me refiero a la oportunidad de un proceso de decantación y mejora que solo la correspondencia política permite. Escribir es reflexionar.

5. La carta es un testimonio. La correspondencia en política genera hecho histórico, documento y trazabilidad. Este formato predispone a la huella y al vínculo y, en muchos casos, queda registrada como recibida y cursada a su destinario. Estas formalidades dan a la epístola un carácter único, de vocación de trascendencia al ser, también, objeto de archivo y referencia.

6. Escribir para convencer. El intercambio postal entre líderes busca, casi siempre, transformar una percepción o una posición a través de la distancia y la prudencia atenta con la que siempre hay que leer las cartas y las ideas no escritas en sus márgenes y entrelíneas. «Escribimos para cambiar el mundo (…). El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque solo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo», escribió James Baldwin.

La correspondencia (pública y privada) puede abrir oportunidades en política. Que estas devengan históricas, dependerá de la altura de los líderes, de su habilidad y sentido de la responsabilidad y de que entiendan la naturaleza ―simbólica y democrática― de las cartas políticas. Si quien las escribe las plantea como una comunicación, renunciando a convencer o negociar, se equivocará. Quien las lea o responda, renunciando a convencer o negociar, también se equivocará. Si es escenificación, estas cartas no harán Historia, en absoluto. Si es correspondencia, pueden abrir una oportunidad.

Antoni Gutiérrez-Rubí es asesor en comunicación política.