Emoción, reivindicación y participación, por Miguel Ángel Gonzalo Siguiente carta Anterior carta

La “carta es, por lo menos, tan valiosa como la rueda en el curso de la humanidad”.

Escribía hace muchos años el gran poeta, aunque también notable ensayista, Pedro Salinas en su “Defensa de la carta misiva y de la correspondencia epistolar”, incluida en su libro “El defensor” que la “carta es, por lo menos, tan valiosa como la rueda en el curso de la humanidad”. Las cartas, que tienen una larga y secular presencia en la historia de la escritura, alcanzan un fuerte componente emocional tanto porque se escriben generalmente en soledad (aunque haya cartas colectivas), como porque establecen un vínculo privilegiado entre el escribiente y el destinatario; asimismo, son espacio para la confidencia y la intimidad pero también y de eso veremos ejemplos en el maravilloso archivo que se presenta en la Fundación Felipe González, es un espacio de reivindicación y de lucha, de queja y de petición.

Como nos enseña la filología las cartas son producciones simbólicas ya que utilizan la gran convención que es el lenguaje, pero también su propia simbología y sus propios códigos: los encabezamientos, la data o fecha, la utilización de la primera persona del singular, las despedidas. La carta de carácter privado es punto de encuentro entre el mundo de la subjetividad y el de la codificación.

La escritura ha sido una dura adquisición de las clases trabajadoras, en proceso de pedagógica liberación del oprimido como nos enseñaba el gran pedagogo brasileño Pablo Freire. Las tasas de alfabetización eran pavorosamente escasas hasta el siglo XIX. La primera estadística oficial con datos al respecto para todo el país, como nos cuenta Antonio Viñao, la de 1841, mostraba que más del 76 % de la población no estaba alfabetizada, porcentaje mucho mayor para las mujeres que para los hombres. Un siglo después es 1960, más de 3 millones de hombres y más de cuatro millones y medio de mujeres (siempre la brecha de género) se estimaban como no alfabetizadas. En los años 80 en España, el marco temporal de la mayoría de la correspondencia que ahora se pone a disposición de la ciudadanía, España alcanza unas tasas de alfabetización positivas pero se encuentra inmersa en un proceso de reivindicación de una educación para personas adultas en el marco de la educación permanente, concebida no como algo más allá de la simple adquisición de la lecto-escritura sino como un proceso educativo propio, con currículo y competencias propias que haga posible para muchas personas adultas un progreso personal y profesional liberador, como cuenta Ramón Flecha en su “Educación de las personas adultas”. La lectura del Ulises de Joyce y la escritura de una carta al presidente del Gobierno eran actividades posibles en las comunidades de aprendizaje de los años 80 en España que reivindicaban una forma de hacer educación distinta a la que se daba a los niños en las escuelas infantiles. Hasta llegar en 1990 a la aprobación de la LOGSE, en cuya preparación, elaboración y aprobación tuvo un papel esencial el hoy llorado Alfredo Pérez Rubalcaba, que incluía por primera vez un título específico dedicado a la educación de personas adultas. Para esas personas adultas de las que hablaba el texto legal la realización de una carta significaba, como la ejecución de cualquier escrito, el ingreso en un territorio desconocido, ajeno, extraño, en el que se deben adoptar unas normas que ellos desconocían. La carta, para estas personas sencillas, era la forma de relación directa con el poder ya que no tenían otra posibilidad de interlocución.

La escritura es almacenamiento de información (Albertine Gaur), es la memoria de un grupo esencial para su funcionamiento; aunque en verdad en la actualidad ya es posible el almacenamiento de información sin escritura.

La correspondencia, como destaca Alain Boureau, proporciona una imagen clara de la desnivelación socio-cultural. La lectura de muchas cartas de ciudadanos y ciudadanas del archivo que ahora se abre me emociona y me lleva a recuerdos de las escuelas populares de Madrid, a la elaboración de métodos de alfabetización que no tengan una enfoque compensador porque la vida de una persona que escribe palabras tan sinceras como las que podemos leer en la carta que empieza “Estas cosas que escribo son para esas personas que no están de acuerdo con el aborto, pues yo las respeto, pero nosotras merecemos una mínima comprensión”. Esta mujer valiente no necesita compensarse de nada, sino que tiene valor en sí mismo.

Aparte de estas cartas ciudadanas que les confieso que me han emocionado singularmente, hay que destacar también en este proyecto de la Fundación Felipe González la apertura de la correspondencia internacional con jefes de Estado o de Gobierno o los mensajes que se intercambiaban con multitud de lideres políticos nacionales. Sobre esta parte, sí que hay que destacar el gran acierto desde el punto de vista de la transparencia y el acceso a los archivos políticos que supone esta iniciativa de la Fundación Felipe González ya que se pone ahora a disposición de la comunidad documentos de gran importancia histórica como cartas de Arafat, Bush o del propio Willy Brandt.

La correspondencia política también es un intento de influencia en el destinatario, un esfuerzo de persuasión sobre causas personales o colectivas, un deseo de conseguir algo, quizás sólo la atención o quizás la solución a algún problema material. En este sentido la correspondencia con un presidente del Gobierno es también una herramienta de participación.

La participación es un aspecto esencial en un sistema democrático y el principal mecanismo de interacción de los ciudadanos con los poderes públicos. Aunque tradicionalmente se ha visto vinculada, casi en exclusiva, a la participación electoral, en los últimos años hemos podido ver cómo han ido creciendo las propuestas que buscan aumentar el espacio de comunicación entre los ciudadanos y sus representantes más allá de las urnas, tanto con demandas de mayor participación en los partidos como en la vida parlamentaria. La participación se constitucionaliza en 1978 a través de diversos instrumentos cuyo nexo en común es el deseo de fomentar la integración social de una sociedad dividida después de la dictadura.

Aunque originalmente no se piensa en ella como un instrumento de participación hoy vale la pena, a la luz de la lectura de esta correspondencia personal, traer a colación el añejo “derecho de petición” del art. 29 CE según el cual “todos los españoles tendrán el derecho de petición individual y colectiva, por escrito, en la forma y con los efectos que determine la ley”. Este derecho de petición es extensible también a las peticiones ante las Cámaras parlamentarias se regulan de modo específico en el artículo 77 de la CE. Si se examinan las miles de peticiones que se han registrado ante las Cortes desde el inicio de la democracia se encuentran muchas semejanzas con algunos de los textos recogidos en este portal y expresan, sin duda, un legítimo derecho de intervención en los asuntos públicos que, desgraciadamente, cuenta con algunas limitaciones en el terreno parlamentario.

Se suele argumentar que el derecho de petición ante las administraciones no es un verdadero derecho de ciudadanía porque está en el terreno de lo graciable, de la discrecionalidad de la administración para concederlo o ignorarlo. Lo mismo podría predicarse de algunas de las peticiones recibidas por Felipe González, tales como algunas curiosas como la de una persona que le pide “100.000 pesetas para la entrada de un piso y si tengo que firmar alguna cosa la firmo y ya está” o alguna pintoresca donde un ciudadano se reclamaba autor de “un sistema aritmético revolucionario”. Sin embargo, en los últimos años hemos asistido a un resurgir de las plataformas de recogida de peticiones tales como Avaaz.org o Change.org, por citar solo las más conocidas, ya que muchas oenegés tienen en sus webs similares mecanismos de recogida de firmas. Este “nuevo” derecho de petición comparte con el “antiguo” dos funcionalidades: sirve para dirigirse a los poderes bíblicos para, o bien poner en conocimiento de éstos ciertos hechos, o bien para reclamar una intervención, o ambas cosas a la vez. Al hilo de estas experiencias algunos puntos de mejora de estas peticiones podrían estar en la puesta en marcha de plataformas telemáticas para la presentación, así como para dar publicidad de las peticiones incluyendo, en su caso, la respuesta recibida, también públicamente; con el consentimiento previo del peticionario.

Es cierto que las cartas también parecen obsoletas; es verdad que en la era de lo instantáneo, el “tempo” lento que requieren la escritura no parece el más adecuado. Sin embargo, podemos encontrar ejemplos en otros países de sitios webs oficiales para escribir a su presidente como ChileAtiende.

Para finalizar, volvemos a Salinas cuando nos recuerda que la correspondencia es también un espacio para la convivencia, puesto que las cartas, como las miradas, son entre dos y para dos. Decía Cicerón en una de sus Filípicas que las cartas son conversaciones entre amigos ausentes. Es claro que un presidente del Gobierno no tiene muchos amigos desinteresados, pero, sin duda, muchas de las personas que le escribieron lo hicieron desde el cariño que se tiene a una persona a la que hace tiempo que no se ve. Muchas de las cartas que ahora se presentan tienen este toque de autenticidad que tanto se aprecia hoy en día. No despreciemos por la forma, sino que miremos más allá de la misma para quedarnos con la belleza de esas conversaciones ininterrumpidas que hoy la Fundación Felipe González nos regala.

Miguel Ángel Gonzalo Rozas es Archivero-bibliotecario de las Cortes Generales.